sábado, 28 de agosto de 2010

Ave Fénix


¿Cuántas veces se puede tocar fondo en la vida? ¿Una? ¿Veinte? Flor, no Florencia, Cabral, tocó fondo muchas veces.

Cuando ella tenía 18 años y su esposo 21 tuvieron su primer carnicería en Capital Federal, luego se mudaron a Villa Adelina: “Pero había un problema: mi cuñado era nuestro socio”, dice y agrega: “Nos hizo un paquetito y nos quedamos sin trabajo”. La sociedad se rompió y el cuñado se quedó con todo. “Toco fondo” número uno.
Se le muere un hijo. “Toco fondo” número dos.

Este suceso que marcó a Flor, hizo que la pareja se volcara a la iglesia, allí empezaron a enseñar catequesis.
Tenían que salir adelante, sin trabajo y con una pena en el medio del pecho.
Flor sabía hacer pastelitos entrerrianos “esos mil hojas ¿viste?”, describe. Se los vendía a las panaderías de su barrio, en la localidad sanisidrense de Boulogne
Su marido trabajaba en un minimercado mientras que los pastelitos empezaron a tomar vuelo(60 docenas diarias), por eso dejó el trabajo y comenzó a ayudarla. “Así compramos nuestra primera camioneta”, cuenta.

Con una economía personal muy buena, después de tanto tiempo, en plena época menemista en donde “Menem empezó a despedir gente”, decidieron que debían ayudar a sus amigos de la iglesia: “Escuchaba a la gente diciendo que no tenia trabajo pero yo no tenia plata para comprar máquinas”. Entonces, el sacerdote vendió su auto, con ese dinero pudieron comprar las máquinas y comenzar a trabajar en conjunto hasta que llegaron a vender 200 docenas de pastelitos por día, y así formaron una cooperativa… y volvieron los problemas. “Mucho cacique y poco indio”, dijo Flor y se abrió del proyecto dejándolo todo.

Volvieron a empezar otra vez. Vendieron su propia camioneta y con ese dinero montaron nuevamente una carnicería en Garín, pero volvió el cuñado, “vino vencido, diciendo que había perdido todo y que era un hombre distinto. Otra vez lo llevamos con nosotros” y otra vez les pasó lo mismo, un paquetito, con la diferencia de que Flor, en esta oportunidad, dijo: “Ya basta “, y el cuñado, hermano de su marido, se fue.

El negocio iba muy bien, parecía que el viento estaba soplando a su favor esta vez.
Sin embargo, la vida de Flor es un subi-baja oxidado.
Aquella aparición de su cuñado les dejó una deuda de 37 mil dólares (en el año 95), por eso su marido entró en una depresión que lo mantuvo en cama por dos años.
“Toco fondo” número tres.

Flor y su hijo mayor empezaron a trabajar duro para sacarse esa deuda de la cabeza y poder salir adelante. Tenían varios empleados, de los cuales fueron quedando pocos, todos en blanco, salvo uno: “Ese empleado no quería que lo ponga en blanco porque se estaba haciendo la casa, dijimos “bueno, pobre vamos a esperar un poquito””.
Terminó de pagar la deuda, pegó una bocanada de aire y le cayó un juicio por trabajo en negro. “Me fundió, tuve que vender todo, perdimos todo”, dice.
“Toco fondo” número cuatro.

Pero esta mujer nunca se vence.

“Sacamos a pagar una propiedad en Virreyes, para abrir una carnicería”, sigue relatando, “pero tuve tanta mala suerte que nos agarró el 2001, no había terminado de pagar la propiedad, la carne no se vendía porque era lo que más había aumentado”. Le faltaba muy poco para tener su localcito, pero no pudo hacerlo.
Su esposo ya se había levantado de la cama. Parece que su destino, de todas formas, estaba allí: un día viajando en colectivo, sentado en el primer asiento, una frenada brusca lo mandó abajo del asiento del chofer, eso le afectó las cervicales. Quedó postrado.

Más allá de todo esto, esta historia tiene final feliz. Junto al hijo más chico, “ahorrábamos sin gastar un peso de más, teníamos las máquinas, y un día me vine para acá”. “Acá” es una carnicería en la calle Paraná al 2500, en Olivos, “empezamos otra vez…”.
“No hay que dejarse vencer”, dice alguien a quién la vida le jugó una pulseada permanente.

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