jueves, 1 de abril de 2010

Ajó-ajó

Proponen que se prohíba el ingreso a salas de juego a beneficiarios de planes sociales.
Proponen que para que se le entregue la asignación universal por hijo, el chico tiene que ir al colegio.(Último momento: se llenaron las aulas!)

¡Genial! ¡Buen trabajo muchachos!

Pero… ahora que lo pienso un poco mejor… ¿todo esto no es obvio?

Es decir, si tenes la necesidad de recibir un plan social es por que la plata no te alcanza (como a muchos), es porque no tenes un trabajo estable, es porque tenes una cantidad x de hijos, es por que lo necesitas. Si te sucede todo esto, ¿te vas al bingo de todas formas?

Con respecto a la segunda propuesta que proponen… (Disculpen pero estoy molesta) EL CHICO DEBE IR AL COLEGIO más allá de recibir o no una asignación mensual. Es obligación del padre hacerse cargo del futuro de ese niño, con la máxima motivación del amor y el cuidado de esa personita que se ha traído al mundo y no, esperar a que nos pongan como condición “si te ocupas de tu hijo te doy platita”.

Sería estupendo si fuera tácita esa responsabilidad…sería estupendo si no fuera impuesta por una norma con fin económico.

Parece que funcionáramos a partir de prohibiciones, normas, leyes, límites, y a la vez nos quejamos por estos.

Los jóvenes de hoy piden a gritos “límites”. Palabra que asusta si no se la entiende, si no se la sabe usar. El niño juega con la línea del bien y del mal mientras se la enrolla en el dedo índice.

No queremos sentirnos presos de las normas, pero somos una sociedad adolescente que arroja botellas de vidrio en el medio de la calle, sabiendo que esa no es la mejor forma de respetar al otro y luego tira una carcajada al aire en pos de un “me cago en todos”. Somos una sociedad inmadura, como el niño, que necesita el “no” del padre como autoridad.

¿Quién es nuestro padre?
¿Este estado permisivo?
¿Pero si en el sillón del estado se sienta un niño como nosotros?

¿Quién nos pone un límite?
¿Quién nos educa?

El límite suena a restricción y la restricción a autoritarismo y el autoritarismo a dictadura.
No nos equivoquemos, no son familia de palabras.

Me voy a cansar de gritar lo mismo: yo soy libre hasta que me choco con la libertad del otro, es ahí donde termina la mía…
En este caso revalorizo la palabra “límite” y le doy el sentido de “respeto”.
Respeto por el espacio del otro, respeto por su vida, respeto por su ideología.

Respeto por mí y por el que tengo al lado.

Aunque no lo crean, en un país tan grande como lo es la Argentina, vivimos unos encima de los otros, gritando y tapando las voces de aquellos con nuestras voces y al revés también.



¿Y como llegué acá?

¡Ah, sí, ya lo recuerdo! Hablando de cuestiones que tendrían que ser tácitas, o educadas. Cuestiones que como no se respetan salen normas para hacerlas respetar, en vez de educar. Normas que son mal - bienvenidas pero que necesitamos.

Porque con 200 años de patria encima no hemos aprendido mucho.
Seguimos siendo niños gateando hacia quién sabe donde.

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