miércoles, 29 de septiembre de 2010

Entrevista en la revista Para TI




“Me reconcilié con mi cuerpo, pero la anorexia sigue latente”

Romina Yan le dio una entrevista a la revista Para Ti y la pueden leer a continuación.

A los 33 años, la actriz confirma que ser hija de padres famosos la llevó a exigirse más que los demás y revela que la anorexia es un tema que aún le cuesta superar. Reconoce que es obsesiva, meticulosa y tan exigente como el personaje que encarna en B&B, y que la buena química con Damián de Santo hace al éxito de la dupla.

–El hecho de interpretar a un personaje que tiene bastante de vos misma, ¿te ayuda a superar tus miedos y a relajarte más?–En cierta forma, sí. Soy muy responsable y exigente con todo, y creo que los que más lo sufren son mis hijos. Me pasa con Franco y sus tareas del colegio, le estoy encima y lo ahogo. Pero me doy cuenta a tiempo y le pido a Darío, que es un sol, que intervenga. Cuando veo que estoy muy “cruzada” con los chicos, le pido ayuda a mi marido. Porque reconozco que puedo pasarme el límite y zarparme diciendo o haciendo algo que los lastime. Me doy cuenta de que todo tiene que ver con el hecho de que no me permito disfrutar las cosas. Estoy aprendiendo y los chicos ayudan porque la vida con ellos se vuelve imprevisible y deja de ser estructurada.

–¿Creés que ser la hija de Cris Morena y Gustavo Yankelevich tuvo que ver con esta presión de ser tan exigente, sobre todo con vos misma?–A lo mejor sí. Esto es algo que arrastro de chica: mis viejos me cuentan que yo siempre estaba callada y que era demasiado dócil. Nunca tuvieron que revisarme un cuaderno porque yo era responsable. Ser “hija de” me costó mucho porque sentía que no tenía derecho a hacer determinadas cosas y que debía pagar “el derecho de piso” más que ninguno. Sentía la presión de demostrar quién era más allá de ser la hija de Cris y de Gustavo.

–¿Cómo manejaste toda esta presión? Debe de haber sido difícil…–Sí, el peor momento fue en la época de Jugate conmigo: tenía 15 años, iba a un colegio de doble escolaridad, trabajaba hasta las 3 de la mañana y me levantaba a las 7… Era demasiado y descargué mis angustias en mi cuerpo. Todo ese año la pasé mal y comencé a sufrir de anorexia. No comía nada porque estaba obsesionada con que tenía que ser perfecta. Durante toda mi vida descargué mis miedos, inseguridades y angustias con la comida. Esa fue mi forma de boicotearme.

–¿Cómo lo superaste?–Me llevó un par de años poder encontrar el equilibrio. Hice terapia y conocí a Darío, que fue mi pilar porque me ayudó a aclarar mi cabeza, donde nacía mi conflicto con el cuerpo. Es un círculo vicioso: cuando tenés que atravesar determinadas situaciones que no podés manejar, sentís angustia, bronca y te desestabilizás.

–¿Creés que algo de esto tiene que ver con que no pudiste sobreponerte a la imagen “siempre joven” de tu mamá?–Nunca tuve a mi mamá como referente ni me planteé que tenía que ser como ella. Así que no creo que eso me haya trastornado. Creo que todo fue porque yo no sabía qué quería y porque era “la hija de”. Tenía tantas miradas sobre mí… Sabía que era el talón de Aquiles de mis viejos y que si querían lastimarlos a ellos, me iban a criticar a mí. Todo eso hizo que yo me sintiera mal.

–¿Pudiste reconciliarte con tu cuerpo?–Todavía, cuando tengo momentos de angustia, me doy un atracón de comida o me bajo dos tabletas de chocolate. Pero la diferencia es que ahora puedo frenar y decir basta. A los 33, aprendí a ponerles control a determinadas situaciones. Darío me demostró que me podían querer como era: flaca, gorda, con pelo largo o corto. El siempre me aceptó; de hecho, me conoció en mi peor momento. Yo estaba hecha un “barril” cuando él se enamoró de mí. Creo que a partir de Darío logre una paz interior que logró que yo empezara a cuidarme.

–Después de haber sufrido un trastorno alimenticio, debe ser difícil tomar la decisión de quedar embarazada. ¿Cómo lo manejaste?–En medio de los equilibrios fui teniendo a mis hijos. Fue todo un desafío porque un trastorno como el que yo tuve no se va de un día para otro. Es un tema con el cual tenés que vivir toda tu vida. Yo me reconcilié con mi cuerpo, pero la anorexia sigue latente. Todos los días aprendo a comer y no me siento relajada con la comida. Hay veces en que me vuelvo obsesiva, me veo gorda y dejo de comer. Es que una vez que se te distorsiona la imagen, es muy difícil que vuelvas a verte en el espejo tal como sos: vivo encontrándome defectos. Porque, encima, busco la perfección.

–¿Seguís haciendo terapia?–Sí, desde hace muchos años. Es que lo del cuerpo no es una anécdota, y aunque ya no me genera angustia, todavía siento que no me relajé con el tema. Uno tiene que ir aprendiendo a disfrutar y eso es lo que intento hacer. Todos los días me levanto a las 6 de la mañana para entrenar: corro –6 kilómetros como mínimo–, camino, hago musculación localizada y aparatos. Además, me hacen mesoterapia en lo de Diana Chugri.

–Te hiciste las lolas, ¿te harías alguna otra cirugía?–Me hice las lolas hace cuatro años porque lo necesitaba por una cuestión de laburo: me traían un strapless y me quedaba espantoso. Pero no sé si me haría alguna otra cirugía, aunque ahora –después de hacerme las lolas– pienso que no es tan complicado. Lo que sí no me gustaría es tocarme la cara. Tengo una nariz tremenda, pero quiero dejármela así porque es parte de mi personalidad.

–Llevás 18 años de carrera pero mantenés perfil bajo. ¿Por qué?–No me gusta hacerme la diva porque cuando me siento observada me pongo mal. Crecí con papás famosos, sacándonos fotos todo el tiempo y saliendo en las revistas, y no quiero eso para mis hijos. Sueño con que ellos tengan una vida normal como la de cualquier chico. Si yo me expongo, ellos también van a estar expuestos, y la verdad es que no me gusta nada estar en el candelero. Mi prioridad es la familia y trato de mantener el equilibrio con mi carrera. Si un año trabajo mucho, al siguiente freno un poco para poder llevarlos al colegio, al médico y estar con ellos, que son lo fundamental en mi vida.

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