Tras la lluvia y la piedra del domingo, los efectos en la Zona Norte eran visibles, no había que salir a buscarlos.
Desde el colectivo me llama la atención tanta gente reunida en un mismo lugar, organizadas por una fila que marca la espera. Alrededor de 100 personas esperaban para arreglar los vidrios que rompió el granizo, en la esquina de Maipú, en Vicente López, una gran vidriería.
Me bajo del colectivo, camino una cuadra y me topo con un auto, con uno de sus vidrios perforado, además del agujero que dejaba ver algunos cables a la altura del capot. Una señora que pasa y me dice: “como te quedó el auto, y yo me quejaba del mío”, pero no me dio tiempo a responder.
Sigo caminando y en la esquina de Paraná y Newton, Martínez, la vereda estaba vestida de trozos de tejas que se habían desprendido del techo. El techo, tenía los mismos agujeros que tiene la boca de una anciana.
Una chica pasa esquivando las tejas rotas del piso mientras comentaba como habían quedado los vidrios de su departamento.
Llego a casa. Estoy a salvo de la piedra y de sus efectos. Por lo menos eso creía.
Frente a la computadora ya, escribiendo otra nota que no es ésta, se filtra en la habitación la voz de un hombre diciendo: “Han caído piedras de medio kilo”; y afirmando: “El epicentro fue Martínez”; para rematar harto: ”Mire señora, estoy tapado de trabajo, hasta yo tengo el techo de mi casa roto y todavía no lo arreglé”. Giro la cabeza sobre mi hombro izquierdo y veo al pequeño hombre sobre el techo del vecino, guardando su celular y echándole una mirada furtiva a mi perra que lo miraba de igual manera.
Calmo a la bestia para que no moleste al hombre en su trabajo. Cierro la ventana corrediza que da a la terraza y ya en una nueva calma escucho a mi abuela que habla con algún pariente, su voz sube por la escalera: “Hu… ¿El techo también?. Ha… ¿Pero vos estás bien?... Bueno, eso es lo que importa”.
Golpe bajo para algunos, golpe al bolsillo para otros, golpe de suerte para el vidriero con un mes agotado.
En fin, lo importante es que estemos bien, como dice la abuela.
Desde el colectivo me llama la atención tanta gente reunida en un mismo lugar, organizadas por una fila que marca la espera. Alrededor de 100 personas esperaban para arreglar los vidrios que rompió el granizo, en la esquina de Maipú, en Vicente López, una gran vidriería.
Me bajo del colectivo, camino una cuadra y me topo con un auto, con uno de sus vidrios perforado, además del agujero que dejaba ver algunos cables a la altura del capot. Una señora que pasa y me dice: “como te quedó el auto, y yo me quejaba del mío”, pero no me dio tiempo a responder.
Sigo caminando y en la esquina de Paraná y Newton, Martínez, la vereda estaba vestida de trozos de tejas que se habían desprendido del techo. El techo, tenía los mismos agujeros que tiene la boca de una anciana.
Una chica pasa esquivando las tejas rotas del piso mientras comentaba como habían quedado los vidrios de su departamento.
Llego a casa. Estoy a salvo de la piedra y de sus efectos. Por lo menos eso creía.
Frente a la computadora ya, escribiendo otra nota que no es ésta, se filtra en la habitación la voz de un hombre diciendo: “Han caído piedras de medio kilo”; y afirmando: “El epicentro fue Martínez”; para rematar harto: ”Mire señora, estoy tapado de trabajo, hasta yo tengo el techo de mi casa roto y todavía no lo arreglé”. Giro la cabeza sobre mi hombro izquierdo y veo al pequeño hombre sobre el techo del vecino, guardando su celular y echándole una mirada furtiva a mi perra que lo miraba de igual manera.
Calmo a la bestia para que no moleste al hombre en su trabajo. Cierro la ventana corrediza que da a la terraza y ya en una nueva calma escucho a mi abuela que habla con algún pariente, su voz sube por la escalera: “Hu… ¿El techo también?. Ha… ¿Pero vos estás bien?... Bueno, eso es lo que importa”.
Golpe bajo para algunos, golpe al bolsillo para otros, golpe de suerte para el vidriero con un mes agotado.
En fin, lo importante es que estemos bien, como dice la abuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario